Tienes esa mirada pesada, sabor chocolate, olor a café.
Temo hablarte, escribirte, tocarte,
sentirte, respirarte incluso pensarte. Si te sueño, estoy
segura, libre y a la vez atrapada, refugiada en la fortaleza de mi fantasía.
La delgadez circunstancial de ese
cuerpo que llamas flojo, porque rechaza la transpiración voluntaria. Esa estatura que te exige detalles debajo de tus
pies delineados que piden permanecer inclinados para ver de manera altiva, para
sentir la superioridad de tu espíritu que
recae en la constante justificación de su
existencia, pues perteneces a un grupo que amas pero repeles, que te guía y ha trazado un camino que crees haber elegido, pero que no es
así, que te impide externar el análisis de las relaciones epistolares de Van Gogh, que no te permite compartir tu relación con el pequeño monarca
creado por Exupéry.
¿Qué más escondes? Detrás de la
sonrisa perfecta, el maquillaje estudiado, esa ropa impecable, no hay cabida
para el error, cuánta
inseguridad habrá detrás, cuántos
secretos, cuántos detalles, intenciones y
placeres ocultos, reprimidos porque se ven mal, porque mancharías el nombre de toda una familia si los rebelaras.
Pero no te preocupes porque vas bien,
vas muy bien, has cumplido con cada paso requerido en el camino que se espera
de alguien como tú, el
arquetipo perfecto de la clase media alta de la sociedad conservadora con
intenciones católicas. Vas
muy bien, pero ¿eres feliz? ¿Serás feliz? detrás de
esa fachada que le exige a quien se dice ser artista, el humor para reírse de
sí mismo pero que no lo puedes aplicar. Tú, ¿tienes creatividad? ¿Te
consideras, acaso, creativa? La solución de un problema tan intrascendente como
el satisfacer esa necesidad instintiva de ingerir algo por lo menos tres veces
al día, ¿te ves en aprietos? ¿Representa un conflicto? Porqué la barrera, ¿qué
no te merecemos? ¿Quién te merece?
Tú,
¿te mereces? Belleza inalcanzable, hermoso laberinto, que a cada paso que das
vas arrancando suspiros de hombres y mujeres, que al voltear ven a un ser tan imposible,
que no dudo alguno de ellos sienta lástima al observar la coraza, esa
protección de tu alma.
Pediré
prestado un verso de Benedetti para decirte que “te quiero, pero no deseo
luchar contra el destino. Disfrutaré de vez en cuando de tu recuerdo que seguirá
alterándome.”
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