jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Y qué se hace?


 Qué se hace cuando te sientes con las manos atadas, cuando la impotencia te llena el pecho y se desbordan lágrimas. Cuando ves la vida pasar, cuando se te va como agua. El tiempo se vuelve oro y cada instante puede ser el último. Qué se hace entonces, cuando las oraciones se quedan cortas, la fe ya no mueve montañas, y empiezas a pensar que lo mejor es dejarlo ser,

dejarlo ir,

dejarlo pasar.

Ya te cansaste de preguntar por qué, de enojarte con la vida, el universo, con Dios, le gritaste le reclamaste de todo. Se te acabaron las teorías que buscaban fundamentar el problema, y nada.

¿A quién culpamos? ¡A quién, carajo, a quién!

La juventud tiene una característica y es que quien la posee, se siente inmortal, todopoderoso, y tiene la certeza de que todo es posible, puede ser un soñador, un ambicioso o un aventurero, pero el día que el poseedor de la juventud ya no se siente inmortal y tiene miedo, empieza el problema.

Y ya perdimos la inmortalidad, y tenemos miedo, y tener miedo también es sentirse vivo porque despierta la adrenalina, estamos alertas pero ahora qué esperamos. Más sustos, altibajos, cada día es una acrobacia, la dignidad se va diluyendo entre revisiones periódicas y la dependencia a la industria farmacéutica que va inflando sus números a costa de personas que se aferran a la vida.

Porque los conceptos de felicidad se van diversificando, la escala de valores va cambiando, nos volvemos más transparentes, las prioridades han cambiado por completo, somos más sensibles al dolor, más empáticos. Y más fuertes también, nos quejamos menos, le damos el justo valor a las cosas. ¿Y eso qué? La moraleja de la historia ya la entendimos, ahora queremos el final feliz.

Pero todavía no llega, no llega y la paciencia va adelgazando, los milagros ya se ven lejanos. ¿Alguna vez estuvieron cerca? O creímos en ellos cuando fueron nuestra única opción.

¿Qué se hace entonces? ¿A qué recurrimos?  Ya nos convertimos a todas las religiones, podríamos hacer procesiones a cualquier lugar donde dicen que se ha aparecido alguna virgen si supiéramos que esa es la solución. Pero no hay, todavía no hay solución. A ese problema latente, persistente que es una lucha, una vil pelea que justo cuando crees que la estás ganando te noquea, y te tira a la lona pero nunca te rindes. Nadie se ha rendido aún.

Pero a veces, en medio de la noche y el dolor, nos preguntamos hasta dónde la vida es un derecho y no una obligación.

Y duele y sigue doliendo,

y amanece,
y seguimos vivos.