Ernesto
terminó de vestirse sujetando su pantalón de los jueves con unos tirantes azul
marino, (odiaba usar cinturón, por haber recibido tremendas golpizas con el
mismo) miró el cielo a través de la ventana y vio decepcionado el acumulado de
nubes que impedían el paso de los rayos del sol. La lluvia sería un problema
para su día, pues tenía que llevar a su gato al doctor.
Ernesto
y su gato vivían en El Farolito, un pueblo chiquito y tranquilo donde no pasan
grandes sucesos, nunca ha sido protagonista de alguna noticia ni es origen de
personajes famosos; por esto, cualquier
anomalía en la vida de sus habitantes es tema de conversación de toda la
población. Ernesto es muy conocido entre los farolenses, porque le gusta vivir
solo en la isla del faro, “es un viejo ermitaño” dice la gente. Pero a Ernesto
no parece importarle, él solo se preocupa por mantener un orden militar y una
limpieza clínica en su casa. Únicamente sale los jueves al mercado del pueblo y
a su cita rigurosa con el doctor. Así evita el mayor contacto con la gente,
nadie sabe qué hace dentro de su casa toda la semana, a veces, cuando la marea
está calmada, se le ve en una lancha remando y pescando. Lo que no sabe Ernesto
es que se rumora que su esposa se suicidó porque era imposible vivir con
alguien tan difícil, y es por eso que enviudó tan joven, a los 32 años.
Desde
entonces, no ha vuelto a casarse.
Ernesto
tomó su chamarra impermeable, observó con placer el orden de su casa y tomó una
fotografía mental de la escena, memorizando el lugar de cada objeto, por
aquello de que a alguien se le ocurriera entrar.
—Adiós
Fausto, intenta descansar. — Se despidió
de su gato un poco angustiado y con culpa por dejarlo solo. Tomó sus llaves,
salió y cerró los tres candados de su puerta, revisando dos veces cada uno.
Se
dirigió al malecón para iniciar sus compras mientras pensaba, preocupado en la
salud mental de su gato.
Durante
un par de horas, Ernesto anduvo por el pueblo comprando lo necesario para no
regresar antes de una semana. A las seis en punto regresó a su faro para dejar los
víveres bien ordenados. Después de guardar todo que había comprado, dobló las
bolsas de plástico como si fueran calcetines y las metió en un cajón lleno de
bolsas, que después de tanto doblez resultaban en una obra de origami,
reduciendo su tamaño a un práctico triángulo de diez centímetros por lado.
— ¡Fausto!
Ya nos vamos. — Ernesto cogió su chamarra y tomó a su gato envolviéndolo para cubrirlo del frío. Salieron de la casa,
Ernesto realizó su habitual cierre de puerta y emprendieron el camino al
consultorio.
Llegando
a la clínica fueron saludados por el portero, subieron tres pisos y llegaron a
la recepción del departamento de psicología. La señorita Adriana estaba clavada
en el final del capítulo de su novela de las seis, mientras limaba las uñas de
su mano izquierda y cuando oyó la llegada de Ernesto le cambió el gesto de
interés a decepción.
—Buenas
tardes señor. — Saludó la recepcionista con una sonrisa fingida mientras bajaba
el ritmo de la limada de uñas.
—Ernesto, señor Ernesto, es muy importante el nombre señorita Adriana, usted ni
sabe la historia de su nombre pero el mío es muy importante, yo estoy muy
orgulloso de llamarme Ernesto, el nombre da carácter, forja la personalidad, le
puede servir de bendición o maldición, yo confío en lo que dice mi estimado
Oscar Wilde, bueno usted se la pasa viendo novelas, qué va saber de Wilde…
— El
doctor Ugalde está listo para recibirlo, puede usted pasar. — La recepcionista
se quedó viendo el bulto que con tanto cuidado iba cuidando el señor Ernesto.
“Este loco…” pensó.
— Oh,
oh está bien, muy bien, son las siete en punto, muy bien muy bien, me encanta
la puntualidad del doctor… — Ernesto siguió balbuceando mientras entraba al
consultorio.
—Buenas
tardes, Ernesto, ¿cómo está el día de hoy? — lo recibió el Dr. Ugalde con una
sonrisa en la boca.
— Mal,
muy mal le traigo a mi gato.
— ¡Oh!
su gato, y ¿cómo se llama?
—Fausto.
—Qué
trágico.
—Así
es.
—Bueno
y ¿qué le pasa a Fausto?
—Me
temo que es esquizofrénico, sufre de delirio de persecución y vive en constante
angustia.
—Válgame,
tendremos que tomar medidas drásticas. Y bueno Ernesto dígame ¿por qué cree eso?
¿Cómo se comporta Fausto?
— Pues
bueno yo creo que se debe a que vivimos en un faro rodeado de las olas del mar,
y por las noches se oye cómo rompen, y Fausto no puede dormir, por las mañanas
lo encuentro temblando debajo de la mesa del comedor, y a veces, sin que nada
suceda salta y empieza a correr como si algo o alguien lo estuviera
persiguiendo…—
El doctor Ugalde tomaba notas en una libreta que tenía sobre sus
piernas, se paró por un momento para cerrar la ventana cuando empezó a llover y
regresó a sentarse, Ernesto seguía hablando.
— …¡Y
el nombre! bueno el nombre, eso le ha de pesar un poco, ¡o un mucho! llamarse
Fausto es demasiado para un gato, no sé qué ser desalmado creyó que era un buen
nombre para un gato. Yo creo que él sabe en quién está inspirado su nombre, un
erudito infeliz que protagoniza una tragedia de Shakespeare y que además le
vende su alma al diablo... — Ernesto se exaltaba explicando todos los síntomas
de Fausto y trataba de buscarle una razón para que un gato tuviera
esquizofrenia. El Dr. Ugalde escuchaba con atención y disfrutaba de ver la ropa
de su paciente, siempre le había gustado cómo se veían los tirantes en un señor
alto, atractivo, con barba y que pese a la edad no había perdido el cabello, a
diferencia de él que ya con sus 63 años tenía la ventaja de poder comprar una
botella de shampoo cada ocho meses.
— Y
¿qué se puede hacer con él doctor? ¿Lo podemos medicar?
— Pues
me parece un caso grave Ernesto, ese gato está sufriendo mucho, he visto casos
peores claro, pero este paciente es muy particular. No voy a recetar nada el
día de hoy, vamos a intentar unos ejercicios para determinar qué tipo de
esquizofrenia es la que presenta y posteriormente decidiré qué medicamento lo
puede calmar.
— Pero,
pero ¿no lo va a examinar? — preguntó Ernesto un poco decepcionado de la
reacción de su doctor.
— No
será necesario Ernesto, con lo que usted me ha dicho basta y sobra, es usted
muy observador y lo felicito, pocos dueños de mascotas son tan responsables. —
Ernesto se tranquilizó con la adulación y sonrió para sí mismo.
— Está
bien doctor, muchas gracias, entonces ¿lo veremos el próximo jueves?
— Por
su puesto, Adriana ya tiene agendada la cita a las siete y en caso de cancelar
ya sabe que puede hablar.
— No,
no. Yo nunca cancelo las citas, doctor.
— Muy
bien, entonces hasta el próximo jueves. Que tenga buenas noches.
Ernesto
tomó su gato y salió satisfecho de saber que Fausto tendría una solución la
siguiente semana.
El
doctor Ugalde, tomó sus notas y fue a su escritorio, abrió el cajón donde
guardaba los expedientes y sacó el fólder más grueso que tenía, la pestaña
decía Ernesto M. Puso los papeles sobre la mesa y tomó el registro del día,
puso la fecha y en la descripción escribió: “El paciente presenta delirios y
alucinaciones.”
dbc