viernes, 12 de septiembre de 2014

Jueves a las siete

Ernesto terminó de vestirse sujetando su pantalón de los jueves con unos tirantes azul marino, (odiaba usar cinturón, por haber recibido tremendas golpizas con el mismo) miró el cielo a través de la ventana y vio decepcionado el acumulado de nubes que impedían el paso de los rayos del sol. La lluvia sería un problema para su día, pues tenía que llevar a su gato al doctor.

Ernesto y su gato vivían en El Farolito, un pueblo chiquito y tranquilo donde no pasan grandes sucesos, nunca ha sido protagonista de alguna noticia ni es origen de personajes famosos;  por esto, cualquier anomalía en la vida de sus habitantes es tema de conversación de toda la población. Ernesto es muy conocido entre los farolenses, porque le gusta vivir solo en la isla del faro, “es un viejo ermitaño” dice la gente. Pero a Ernesto no parece importarle, él solo se preocupa por mantener un orden militar y una limpieza clínica en su casa. Únicamente sale los jueves al mercado del pueblo y a su cita rigurosa con el doctor. Así evita el mayor contacto con la gente, nadie sabe qué hace dentro de su casa toda la semana, a veces, cuando la marea está calmada, se le ve en una lancha remando y pescando. Lo que no sabe Ernesto es que se rumora que su esposa se suicidó porque era imposible vivir con alguien tan difícil, y es por eso que enviudó tan joven, a los 32 años.

Desde entonces, no ha vuelto a casarse.

Ernesto tomó su chamarra impermeable, observó con placer el orden de su casa y tomó una fotografía mental de la escena, memorizando el lugar de cada objeto, por aquello de que a alguien se le ocurriera entrar.

—Adiós Fausto, intenta descansar. —  Se despidió de su gato un poco angustiado y con culpa por dejarlo solo. Tomó sus llaves, salió y cerró los tres candados de su puerta, revisando dos veces cada uno.

Se dirigió al malecón para iniciar sus compras mientras pensaba, preocupado en la salud mental de su gato.

Durante un par de horas, Ernesto anduvo por el pueblo comprando lo necesario para no regresar antes de una semana. A las seis en punto regresó a su faro para dejar los víveres bien ordenados. Después de guardar todo que había comprado, dobló las bolsas de plástico como si fueran calcetines y las metió en un cajón lleno de bolsas, que después de tanto doblez resultaban en una obra de origami, reduciendo su tamaño a un práctico triángulo de diez centímetros por lado.

    ¡Fausto! Ya nos vamos. — Ernesto cogió su chamarra y tomó a su gato envolviéndolo  para cubrirlo del frío. Salieron de la casa, Ernesto realizó su habitual cierre de puerta y emprendieron el camino al consultorio.

Llegando a la clínica fueron saludados por el portero, subieron tres pisos y llegaron a la recepción del departamento de psicología. La señorita Adriana estaba clavada en el final del capítulo de su novela de las seis, mientras limaba las uñas de su mano izquierda y cuando oyó la llegada de Ernesto le cambió el gesto de interés a decepción.

—Buenas tardes señor. — Saludó la recepcionista con una sonrisa fingida mientras bajaba el ritmo de la limada de uñas.
Ernesto, señor Ernesto, es muy importante el nombre señorita Adriana, usted ni sabe la historia de su nombre pero el mío es muy importante, yo estoy muy orgulloso de llamarme Ernesto, el nombre da carácter, forja la personalidad, le puede servir de bendición o maldición, yo confío en lo que dice mi estimado Oscar Wilde, bueno usted se la pasa viendo novelas, qué va saber de Wilde…

    El doctor Ugalde está listo para recibirlo, puede usted pasar. — La recepcionista se quedó viendo el bulto que con tanto cuidado iba cuidando el señor Ernesto. “Este loco…” pensó.

    Oh, oh está bien, muy bien, son las siete en punto, muy bien muy bien, me encanta la puntualidad del doctor… — Ernesto siguió balbuceando mientras entraba al consultorio.

—Buenas tardes, Ernesto, ¿cómo está el día de hoy? — lo recibió el Dr. Ugalde con una sonrisa en la boca.
    Mal, muy mal le traigo a mi gato.
    ¡Oh! su gato, y ¿cómo se llama?
—Fausto.
—Qué trágico.
—Así es.
—Bueno y ¿qué le pasa a Fausto?
—Me temo que es esquizofrénico, sufre de delirio de persecución y vive en constante angustia.
—Válgame, tendremos que tomar medidas drásticas. Y bueno Ernesto dígame ¿por qué cree eso? ¿Cómo se comporta Fausto?

    Pues bueno yo creo que se debe a que vivimos en un faro rodeado de las olas del mar, y por las noches se oye cómo rompen, y Fausto no puede dormir, por las mañanas lo encuentro temblando debajo de la mesa del comedor, y a veces, sin que nada suceda salta y empieza a correr como si algo o alguien lo estuviera persiguiendo…— 

El doctor Ugalde tomaba notas en una libreta que tenía sobre sus piernas, se paró por un momento para cerrar la ventana cuando empezó a llover y regresó a sentarse, Ernesto seguía hablando.

    …¡Y el nombre! bueno el nombre, eso le ha de pesar un poco, ¡o un mucho! llamarse Fausto es demasiado para un gato, no sé qué ser desalmado creyó que era un buen nombre para un gato. Yo creo que él sabe en quién está inspirado su nombre, un erudito infeliz que protagoniza una tragedia de Shakespeare y que además le vende su alma al diablo... — Ernesto se exaltaba explicando todos los síntomas de Fausto y trataba de buscarle una razón para que un gato tuviera esquizofrenia. El Dr. Ugalde escuchaba con atención y disfrutaba de ver la ropa de su paciente, siempre le había gustado cómo se veían los tirantes en un señor alto, atractivo, con barba y que pese a la edad no había perdido el cabello, a diferencia de él que ya con sus 63 años tenía la ventaja de poder comprar una botella de shampoo cada ocho meses.

    Y ¿qué se puede hacer con él doctor? ¿Lo podemos medicar?

    Pues me parece un caso grave Ernesto, ese gato está sufriendo mucho, he visto casos peores claro, pero este paciente es muy particular. No voy a recetar nada el día de hoy, vamos a intentar unos ejercicios para determinar qué tipo de esquizofrenia es la que presenta y posteriormente decidiré qué medicamento lo puede calmar.

    Pero, pero ¿no lo va a examinar? — preguntó Ernesto un poco decepcionado de la reacción de su doctor.

    No será necesario Ernesto, con lo que usted me ha dicho basta y sobra, es usted muy observador y lo felicito, pocos dueños de mascotas son tan responsables. — Ernesto se tranquilizó con la adulación y sonrió para sí mismo.

    Está bien doctor, muchas gracias, entonces ¿lo veremos el próximo jueves?

    Por su puesto, Adriana ya tiene agendada la cita a las siete y en caso de cancelar ya sabe que puede hablar.

    No, no. Yo nunca cancelo las citas, doctor.

    Muy bien, entonces hasta el próximo jueves. Que tenga buenas noches.

Ernesto tomó su gato y salió satisfecho de saber que Fausto tendría una solución la siguiente semana.

El doctor Ugalde, tomó sus notas y fue a su escritorio, abrió el cajón donde guardaba los expedientes y sacó el fólder más grueso que tenía, la pestaña decía Ernesto M. Puso los papeles sobre la mesa y tomó el registro del día, puso la fecha y en la descripción escribió: “El paciente presenta delirios y alucinaciones.”

dbc

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