Sentado
en una silla de mimbre leía, el coronel Gabo, la noticia de un secuestro; en su
mente se formaba un laberinto, en realidad no concebía el sentimiento que puede
tener un secuestrado.
"Es
como el relato de un náufrago" Pensó en voz alta dirigiéndose a su perro
de ojos azules quien estaba dormido a sus pies,
y al no ver reacción alguna en su fiel amigo, regresó a la lectura.
Un
ruido lo distrajo y levantó la vista para mirar por la ventana que pasaban doce
peregrinos corriendo.
"Es
la mala hora para correr en Macondo" se dijo "con este calor yo sólo
espero a que llegue el otoño del patriarca. Además sólo vale la pena correr para
estar con una mujer, ahh Eréndida..." suspiró " El amor, ése y otros
tantos demonios te vuelven un tonto, y un tonto hace tonterías" hablaba
como si estuviera instruyendo a su perro (que seguía dormido) sobre la vida.
"Y lo peor es hacer tonterías por el amor, en tiempos del cólera, ahí sí,
te caes en el hoyo, por eso terminamos en los funerales de la Mamá
Grande".
El
coronel movió su cara de un lado a otro con signo de desaprobación.
"Lo
que hace uno cuando es joven" Continuó el monólogo. "Cuando era feliz
e indocumentado, te crees el dueño del mundo y ahora no sé si podré vivir para
contarla."
Comenzó
a llover. Esa lluvia molesta que no quita el calor y sólo te obliga cerrar las
ventas para que no se moje tu casa.
Leyó
todo el periódico de principio a fin, incluyendo los anuncios. Cuando terminó
lo dobló en dos y se abanicó, se secó el sudor con el antebrazo izquierdo y
tomó impulso para poder levantarse de su querida silla, que de lo vieja que
estaba ya tenía la forma perfecta para recibir el trasero del coronel.
Ya
de pie, caminó hacia la puerta, el silencio le indicó que la lluvia había
cesado. Tomó su sombrero y llamó a su perro: "¡Vamos Sirilo! ya abrieron
las oficinas del correo, tenemos que recoger nuestra correspondencia"
Llegaron
y el cartero estaba ordenando los sobres en diferentes montones,
clasificándolos para su futura entrega, pero el Gabo no podía esperar.
"¿Nada?"
preguntó Gabo
"Nada"
respondió el cartero.
"El
coronel no tiene quién le escriba"
se oyó una voz en tono de burla al fondo de la oficina.
Regresó
a su casa, cabizbajo, perdía la noción del tiempo con la edad, y sentía que ya
llevaba cien años de soledad.
Abrió
la puerta y pasó al jardín trasero, recordó que a su querida Eréndida le
molestaba de sobremanera ver su jardín sucio.
Y
barrió la hojarasca, cayendo en cuenta de que el fin de su vida era en realidad
la crónica de una muerte anunciada.
dbc
dbc
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